martes, 1 de junio de 2010

El Cerrito


Al caer la tarde, decidimos caminar hacia la puesta del sol y buscar esos últimos rayos que nos confortaran antes de que el viento helado de los grandes andes impusiera el “toque de queda” en los valles.

Dejamos atrás el río y el puente de Santa María y, paradójicamente, mientras nos alejábamos del centro de la ciudad, nos metíamos más en el corazón de una realidad y un entorno que justificaban sobradamente todos los esfuerzos realizados en forma de viaje o de incomodidad, o de riesgo.

Y de entre aquellas piecitas de adobe y paja, y por aquellos callejones donde igual te encontrabas un cerdito que una vieja bicicleta con las gomas reventadas, empezaron a “brotar” niños y niñas entre curiosos y expectantes. Niños y niñas que esperaban la puntualidad imprevisible de sus amigos de Buenos Aires y de España. Niños y niñas que sin saber por qué, sí que saben que las promesas se cumplen. Niños y niñas que respetaban su parte del trato, la de darnos todo su cariño y el de sus familias nada más vernos. Argentina late en el Cerrito, para muchos de nosotros, late fuerte en el Cerrito.

En cuestión de segundos renovamos ese pacto secreto de unidad, de pertenencia mutua y de afecto a flor de piel. Y en cuestión de minutos nos sumergimos en la maravillosa rutina del Cerrito, una rutina completamente extraordinaria para todos, desacostumbrada y que dura lo suficiente para armar de sentimientos las fotos de este viaje.

Y así, sin hacer gran cosa, dando poco y llevándonoslo todo, fuimos cada tarde a escuchar, a comprender, a querer y por supuesto a celebrar “campeonatos mundiales de dictado” o a jugar al pañuelo.

El Cerrito tiene un algo de magnético, esas niñas y esos niños tienen imán en la sonrisa y en la mirada, Santa María tiene mucho del Cerrito, y para algunos de nosotros, Argentina late allí…


Ramón Pinna Prieto

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