En una conversación, comentar que buscaba un proyecto en el que pasar el verano, y al vuelo un: “yo conozco a Ramón, un amigo de Marta que tiene una ONG y…”. Lo demás vino dado. Fue sencillo, demasiado. Al menos eso me pareció. Por pedir, pedí que tuviera que ver con algo de sanidad y poco más. De repente tenía el teléfono de un tal Ramón al que tenía que llamar. Y me contó el proyecto, y me gustó y entonces comenzaron las gestiones de la mano de Achalay.
De Paraguay lo único que conocía antes de esta aventura es que su capital era Asunción. Yo no sabía nada de allí. Ahora sé que es un gran desconocido. Cuando comencé a planear mi viaje, lo primero a lo que dediqué tiempo e ilusión fue a buscar información, guías, libros… Tenía que conocer quién era su presidente y su actual situación política, su más reciente historia, un poco de geografía,… Una empresa a priori, por supuesto estimulante, y además sencilla. Nada más lejos de la realidad. ¡No hay libros sobre Paraguay o escritos por paraguayos! En las tiendas especializadas, al menos habría una guía de viaje… Lonely planet no falló, pero tan sólo incluía Paraguay como capítulo de una Guía de Sudamérica. Tras mucho revolver di con una pequeña guía editada en 1999. No muy actual, pero al menos me situaría. La compré para acompañarme, siempre me contaría algo nuevo, pues yo no sabía nada. Y al llegar allí y descubrirlo fui aún más consciente de que realmente no sabía nada de Paraguay, ni siquiera me sonaba de las noticias en España.
Fue una sorpresa, nunca había viajado a Sudamérica, con lo que no puedo comparar, pero no esperaba encontrarme una capital de país con el aspecto que ofrece Asunción. Es sucia y gris. Es antigua. Con casas señoriales destartaladas, avenidas asfaltadas, empedradas o empolvadas. Casas humildes pero bonitas y resistentes junto a otras enclenques y descuidadas. Vendedores ambulantes, coches 4x4, autobuses destartalados y mucha contaminación. Universidades y hospitales de buen aspecto. De difícil acceso aquellas y con carencias internas éstos.
La zona oriental, que conocí un poquito en mi viaje a Naranjito, es una zona rica en cultivos, verde abundante y atractiva por el color y la variedad de vegetación. La zona occidental, donde está Pirizal, y más concretamente la zona de El Chaco, es seca, pobre, es amarilla y es gris. No llega la electricidad a todos los lugares. Vive de la ganadería.
En general, el país es pobre, de base agraria y sector servicios, industria pequeña, mucho paro y emigración. El precio de la comida se dispara.
Sus gentes, las del Paraguay, son amables en extremo, muy cordiales en el trato, cariñosos y cercanos. Y quienes no tienen lo dan todo. Y variedad. Yo pasaba fácilmente por paraguaya, por mis rasgos. Luego estaba el indígena, y de ellos también había diferencias, y por último el alto y rubio alemán.
Un descubrimiento los atardeceres en Asunción, cuando el sol rojo intenso abandona el día.
Y el guaraní. Tan nasal, tan incomprensible, tan impronunciable.
La situación actual es agitada. Se preparan elecciones y ya están en campaña. El hacer político, es distinto, y juega con el ataque personal. Y la clase política juega en otra división, en otra clase. Hay una candidatura sorpresa, un ex obispo se presenta como candidato. Existe divergencia de pareceres. Quienes no lo quieren porque son del partido colorado, el del poder y quienes dudan, de si su trabajo dará más frutos como obispo o como presidente.
Antes de mi llegada a Paraguay, estuvo el viaje. Largo, largo, largo. Y no sólo por las 13 horas de vuelo y el cambio de avión, sino por las esperas, los retrasos y las cancelaciones. Con dos días de retraso, conseguí llegar a Asunción. El revuelo era enorme, por la tardanza y por la preocupación. Pero llegué. Y me esperaban. Con un cartel con mi nombre. A las doce de la noche en el aeropuerto.
La acogida de las hermanas azules de Paraguay, en su casa de Asunción fue absolutamente genial, muchos eran los detalles y sorpresas preparadas, pero lo mejor de todo era la ilusión y alegría con la que se me esperaba. Los abrazos así lo trasmitían. Hubo un poco de confusión, algunas no tenían claro si yo era hermana o laica, si venía por un mes o un año o si esta iba a ser la experiencia vital que me empujaría definitivamente a la vida religiosa. Ardua tarea, aunque divertida, la de ir desenredando el lío.
Me instalaron entre las hermanas. No en la zona de visitas, sino en el corazón de la casa. No sé muy bien por qué ocurrió así, pero gocé de un privilegio delicioso. Así era casi una más entre ellas. Así me hicieron sentir y así lo sentí yo.
Todos los planes estaban trazados, esperándome, preparados para pasearme, enseñarme, contarme… Y así empezó la aventura, danzando de un lugar a otro.
Beni, una auténtica todoterreno fue mi guía durante mi estancia entre ellas, decidiendo dónde debía estar en cada momento. Le encantaba que viniera de parte de Achalay. Quieren allí a Achalay. Le encantaba la idea de tenerme delante, tocar y sentir cerca la ayuda que le llega. Quería que lo conociera todo. Todos los proyectos, la problemática, las gentes, las necesidades… Quería ojos nuevos, para ver, para escudriñar para encontrar, para innovar. Esa era mi misión. Así me lo transmitió y así hice.
Sólo la compañía de Beni ha sido en sí una experiencia vital. Las charlas interminables de todo tipo. La compañía en los viajes. Las risas, las anécdotas, la vida. Su fortaleza y su corazón. ¡Qué envidiables!
Otra experiencia ha sido vivir la austeridad. Y de forma progresiva. Primero en la casa provincial. Un cuarto sencillo, frío, limpio, con ducha. Más que suficiente. Comida caliente, normal, muy rica, pobre en hortalizas y verdura y justa en fruta. Una dieta equilibrada y saciante. La siguiente escala fue en Naranjito. Una casa de tablas de madera, entre las que se colaba el aire y el polvo. Sencilla. Con su huerta y sus gallinas. Humilde y acogedora. Y Pirizal. Una casa preciosa, de madera y ladrillo de ventanas con cristal y mosquitera, baño con agua corriente y fría. Sin luz pero con agua del aljibe para beber. Tan sencilla y tan bonita. Acogedora en extremo. Con frío, calor y viento que hace daño. Una comida sabrosa, poco variada pero compartida con las hermanas. Comiendo lo que da la tierra y dan los animales de allí. Lo mejor de estos días, ha sido vivir con sencillez, con todas las necesidades cubiertas, sin precisar nada y sintiéndome feliz.
Los niños, jugar con ellos, acompañarles, sentir sus necesidades más afectivas que materiales. Abrazarles y sonreír. Esta es otra cosa que ha vuelto conmigo de este viaje.
Y el tiempo. Infinito. Extensible. Para leer, pasear, escribir. Para charlar. Para disfrutar y trabajar y descansar. Para pensar y rezar. Tiempo sin prisas y sin reloj. Tiempo para vivir feliz.
Tocó a su fin, como todo. Y cuando cuesta es porque algo grande se ha vivido. Un nudo en la garganta por cada niño del que despedirme. Un lazo bien atado con Vicenta y Magdalena en Pirizal, por su acogida y su cariño. Una cadena de abrazos con las hermanas de Asunción con Beni a la cabeza que se mantendrá por muchos años.
Y a la vuelta, un recuerdo infinito de lo vivido y de la felicidad rozada y un fuerte sentimiento de gratitud por cederme parte de lo que son, por dejarme traer un pedazo de Paraguay en el bolsillo, por abrirme la puerta de sus vidas.
Carmen Valentín-Gamazo
No hay comentarios:
Publicar un comentario