
Tomábamos una copa de esas que nos gustan a ti y a mí. Una de esas copas en las que conseguimos creer que el mundo está pendiente de nosotros. Una de esas en las que le hacemos trucos de magia al futuro inmediato y conseguimos que siempre pique. Tomábamos una copa y me pediste que te escribiera algo de Gladis.
Y tiraría del mundo de las metáforas hasta convertirme en un pedante, o escribiría a golpe de verso fácil con el riesgo de resultar cargante, pero me estabas pidiendo por Gladis (...)
Ya perdí la cuenta de las veces que aterricé en Ezeiza y los motivos que me llevaron, y sin embargo, queriéndolo, no conseguiría olvidar un solo instante de la primera vez que fui, de mi aventura del 2000.
Y recuerdo con detalle cómo fui mirando aquel país, cómo conociendo a muchas de sus gentes, cómo haciendo amigos y cómo haciéndome enemigo de injusticias y miserias.
Seguí mirando, en aquel primer viaje, y alcancé a ver y a leer entre aquéllas, los renglones torcidos de la esperanza, de la paz, del Amor. Y miré y miré.
Fue la pequeña odisea del mirar, del otear, del querer descubrir en cada instante y en cada sitio. Y concentrado en aquellas, apareció Gladis con su pelo enmarañado, rudo, triste. Y nos hicimos amigos porque era imposible que no hubiera sido así. La llamé Princesa desde el primer minuto, como por casualidad, y !Qué curioso¡ desde ese mismo instante me tuvo y me tiene dominado con el poder absolutista que sólo puede ejercer una soberana de apenas 8 años.
Año tras año he vuelto a su palacio de barro y caña, de polvo y aguas estancadas, de miseria y puestas de sol. Y ella seguirá siempre allí, siempre soberana en una realidad imposible que me cuestiona cada día.
Y me hará volver porque siempre volvemos a los sitios de los que ya nos sentimos parte. Y me hará volver porque no podría no volver a abrazarla y a darle un caramelo, porque no podría no volver a cantarle una canción, porque no podría no volver a jugar al pañuelo con ella, no podría no volver a llevarla a caballito.
No podría no volver…
Y cada año regreso a casa, lejos de su reino, y tarareo despistado la letra de aquella canción de Los Secretos… “Ya no persigo sueños rotos los he cosido con el hilo de tus ojos y te he cantado al son de acordes aún no inventados…”
Y cada año, de vuelta a casa me pregunto por Argentina, me pregunto qué será de ella, me pregunto cómo me ve la Argentina que me conoce, cómo me siente, qué espera de mí. Y cada año sonrío incapaz de resolver ese jeroglífico en el que entro y en el que vivo. Cada año sonrío porque Argentina me vuelve a seducir, me vuelve a embrujar, me vuelve a cautivar…
Y es que Argentina me mira con los ojos de Gladis.
Ramón Pinna Prieto
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