Aunque terminé mi Camino el tres de Octubre en Ponferrada, sentí que mi Camino de Santiago había terminado un día antes, el dos de Octubre, en la Cruz de Ferro, a 1500 metros de altura, cerquita de Foncebadón, poco antes de entrar a la Comarca del Bierzo en León. Allí en la Cruz de Ferro deposité una piedra que había recogido en Zubiri (Navarra) veinte días antes. Esa piedra simbolizaba mi camino, los retos diarios, las ampollas, las agujetas, los problemas, el futuro, los proyectos. Aquel día también deposité una Guía del Camino que nunca llegué a utilizar y que espero que algún peregrino haga buen uso de ella y le sirva. Es curioso siempre asocié el final del camino a llegar a Santiago, pero allí sentado, en la Cruz de Ferro sentí que había llegado mi final, mi Camino, en apenas veinticuatro horas ya estaría de regreso a Madrid. Cada día que terminé una etapa sentí que llegaba a Santiago pero aquel día sonaba a despedida, a una partida, a regreso a casa.
Siento que he hecho el Camino que buscaba, que quería hacer, recibí lecciones de VIDA a diario, aprendí también a respetar los caminos que realizaban los demás, a pie, en bici, a caballo, en taxi, en bus. También aprendí a entender el Camino, porque el Camino tiene su ritmo vital, vas solo pero formas parte de un grupo, de una comunidad en el que todos se preocupan por ti, saben dónde andas, cómo vas, con agujetas, sin ellas, con quien vas, donde paras, dónde duermes.
Me gané un apodo al que le tengo cariño "el que va y viene". Mi Camino, el que quise hacer incluía a veces hacer más kilómetros de los estimados en los libros o retroceder el Camino ya realizado por el simple motivo del reencuentro con los amigos recién conocidos, una despedida, un estrecharse la mano, abrazarse y compartir una buena cena. Aprendí que lo importante no es llegar sino cómo llegaba, solo o con el resto, pronto o tarde, casi siempre tarde, pero siempre feliz, los recibimientos merecían la pena, la cena fría guardada merecía la pena.
Hoy, sorprendido me doy cuenta que sólo he hecho veinte fotos, al final sólo escribí una postal. Yo, que me imaginaba un camino de soledad, de puro ermitaño, me vi asombrado, impresionado por un camino lleno de VIDA.
Hubo noches de andar por los campos de Castilla con la luna llena y el cielo estrellado, no eran necesarios los frontales. Hubo comidas en el campo compartiendo lo poco que teníamos cada uno que al juntarlo se convertía en el mejor menú del peregrino al que podíamos aspirar. Hubo rectas eternas con apenas paisaje con el cual distraerte en el que se agotaban los repertorios de canciones que cada uno sabíamos, hubo silencios y atardeceres. Hubo complicidades, hubo fiestas, San Mateo en Viana y Logroño, San Juan Mártir en Nájera, San Jerónimo en Santo Domingo de la Calzada, hubo concursos de patatas a la riojana, de paellas, de chorizo al vino, estuvo Serrat, estuvo Sabina, alguien se arrancaba con algún palo de flamenco y el resto acompañaba con palmas, hubo vino de Ribeiro y hubo charlas interminables por la noche, estuvo Méjico Lindo a mi lado, muy cerca. Hubo borracheras de mayores que se delataban al mirarse a los ojos como niños. Hubo Ángeles del Camino que tiraron de mi cuando más pesado se hizo el Camino y quería abandonar. Hubo misas en las que toco exponer el testimonio aunque no se oyera bien entre la escasa comunidad de parroquianas que aquella tarde nos acompañaban en Hospital de Órbigo. Hubo pastores que compartieron conmigo lo que tenían para comer y que bien orgullosos mostraban sus habilidades para ordenar y dirigir el rebaño con los perros. Hubo proveedores de comida en Navarra y La Rioja, las huertas se convirtieron en nuestras improvisadas "tiendas de alimentación", tomates, higos, peras, manzanas, uvas.....ay las vides de Viana, ay. Por una pera perdí mis gafas de sol, seguramente Santiago estaba dando un toque de atención a la conciencia del peregrino. Esa pera bien valió la pérdida.
Aprendí, presumí con el tiempo de ignorancia, de no saber cuántos kilómetros andaba cada día (aun hoy no sé bien cuántos hice), cómo era el perfil de cada etapa, qué monumentos encontraba o que era necesario, vital, importante visitar, cuántos albergues me encontraría, si dispondría de cama, de litera, no me preocupé mucho, en el fondo siempre supe que habría litera donde dormir...siempre la hubo. Lo importa, lo más maravilloso sucedía en el Camino, en el caminar, en el encuentro con el resto de peregrinos y la libertad de ir sólo. Todo empezaba entorno a las siete y media, ocho de la mañana, a partir de ahí era el Camino el que te iba moldeando, sólo había que dejarse llevar, y disfrutar del paso lento y pausado que te marcaba el camino.
Una certeza, íbamos siempre hacia el Oeste, donde se ponía el Sol cada día, donde casi creíamos vislumbrar cada vez más cerca Santiago de Compostela, al Oeste. El Oeste, donde en las horas finales de la tarde nos asegurábamos los atardeceres más bellos.
Y lo más hermoso de todo, lo más increíble es que es ahora cuando todo ya ha terminado, cuando empieza el verdadero Camino.
¡¡Buen Camino!!
Francisco Lorca Ruiz
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