
Terminábamos octubre con más preguntas que respuestas, con la incertidumbre dando sombra a un panorama supuestamente antagónico entre oriente y occidente a la hora de concebir la cooperación y el trabajo en pos de los más necesitados.
De haber dos lados, dos orillas, cosa que no es ni clara ni segura, la paradoja se acomodaría en cada una de las dos. En Oriente, al convivir regímenes inmensamente ricos con poblaciones tremendamente olvidadas. En Occidente, floreciendo formas de acción e intervención modernas con posibles raíces existenciales en un pensamiento social cristiano del que no se tiene conciencia o voluntad de tenerla.
Internet es la biblioteca universal de nuestro tiempo, pero no es la puerta del saber.
Hace más de diez años conocí a un tipo extraordinario, que lo era y lo es por su extraordinaria forma de entender la vida, de vivir la suya y de profundizar en el conocimiento y la entrega al ser humano. En muchas ocasiones he compartido con él dudas y razonamientos y siempre he salido “ganador”, por que siempre me he llevado mucho más de él que lo contrario.
Posiblemente, por su propia naturaleza, por lo complejo del ser humano y por lo abstracto del concepto en sí, el Hombre no llega nunca a la Verdad. Pero sin duda, la aproximación a ella le llena de luz, de entendimiento y de seguridad. Le ofrece una perspectiva nueva y sorprendente.
Así que le pregunté a Demetrio, a mi amigo, si bajo su punto de vista existe algo en el disco duro del hombre de hoy (oriental y occidental) que pueda explicar las aparentes distancias entre ambos mundos a la hora de trabajar la Solidaridad. De su mano, de su conocimiento entendí alguna clave sencilla que podría acercarme a la verdad.
“Los occidentales, por lo general, tendemos a considerar que nos corresponde transformar la realidad. El problema es que no nos ponemos de acuerdo en qué transformación ha de darse: si la que pienso yo o la que piensas tú. De ahí vienen muchos problemas. Somos voluntaristas, casi siempre estamos insatisfechos, lo cual no es malo, pero a veces nos impide apreciar lo que la vida ya nos dio”.
“El afán occidental de transformar la realidad nos hace «colonizadores»: pensamos de una manera y nos creemos que el modo como pensamos es la verdad. Por eso nos convencemos que nuestra «misión» es implantar lo nuestro por doquier”.
Algo aparentemente tan sencillo de entender, está detrás del frecuente desacierto de Gobiernos e Instituciones Occidentales (ONG´s, Fundaciones…) a la hora de gestionar sus buenos fines. De un tiempo a esta parte, por fortuna y por el trabajo de muchas personas con gran conocimiento de base, Occidente va entendiendo que la clave del Desarrollo de los países en necesidad viene obligatoriamente del ejercicio y el protagonismo de sus propios ciudadanos, de la gente de la zona, del entendimiento y el respeto a sus costumbres y a su forma de entender la vida.
“Por su parte, los orientales, generalmente, consideran que el principal desafío de la vida es aceptar la realidad y encontrar el lugar que a cada cual nos corresponde en ella. Son más contemplativos. Desde ahí es desde donde puede afrontar creativamente la vida”.
“Los occidentales pensamos que nos hacemos mejores haciendo cosas buenas. Los orientales hacen otra apuesta: sólo si nos transformamos interiormente podremos hacer auténticamente el bien”.
Esto no es ni de hoy, ni de ahora. Esta forma de interpretación del Hombre y de la Vida está ya en el código genético de la cultura de ambos mundos. Puede ser fuente y origen de una vocación más expansiva y de acción en occidente y más introspectiva y de reflexión en oriente.
“Lo ideal sería que ambas perspectivas pudieran ser conjugadas, no en una síntesis, sino en una integración que permitiera articular ambas perspectivas”.
“En este sentido y ante la cuestión de si en la génesis de los movimientos sociales occidentales podemos encontrar trazos de espiritualidad cristiana, la respuesta parece clara. El Evangelio propone la síntesis mencionada cuando invita a la conversión, que es una transformación de la vida por el encuentro con Jesús, que nos hace ver las cosas de otra manera, que nos cambia el corazón y en el mismo sentido nos exhorta a la acción de Amor con el prójimo, con el próximo”.
Tras leer las líneas de mi Amigo, algo al menos me queda claro. Esté donde esté cada uno, la idea del Bien es, en sí misma, universal e incuestionable. Inherente al ser humano, grabada en su conciencia desde su nacimiento. Es infinitamente más poderosa que cualquiera de las manifestaciones del mal en el mundo.
Sin ese código genético, sin esa Ley natural de buscar el Bien para los demás, el ser humano no existiría, más allá de los esfuerzos que en ocasiones hacemos los unos con los otros por amargarnos la vida o acabar con la del vecino.
Somos como somos. Comprenderlo, aceptarlo y transformar lo necesario nos enriquecerá. Estamos y vivimos en el Occidente del Siglo XXI. Nuestra sociedad se asienta sobre una cultura, sobre unos orígenes y sobre un entendimiento del mundo que la matizan y la condicionan.
Hemos optado por un camino, el de la entrega y el compromiso con los más necesitados, con los más pobres, con los más débiles. No es tiempo, ni nosotros lo tenemos, para preguntas y debates. ¿Y Oriente? Oriente guardará y cuidará de Oriente. No debe ser clave de interpretación. Si Oriente no existiera, ¿cesaríamos en nuestro empeño de transformar y mejorar el mundo?
Indudablemente no. El valor de las obras buenas que hacemos no se mide por la comparación con las que pueda hacer otro. Las obras buenas, son buenas en sí mismas.
Ramón Pinna Prieto
Asociación Achalay España
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