jueves, 15 de abril de 2010

Viaje a Santa María desde San Miguel de Tucumán




Paradojas
(Escrito en 2004)

Tucumán, provincia argentina tan asociada al hambre, a la desnutrición y a la crisis que padeció el país en el año 2001, también está ligada paradójicamente a la caña de azúcar, a los cítricos, en definitiva, a la riqueza que da la tierra. Tanta resulta que la provincia es denominada por el resto del país, "El Jardín de la República".


Argentina, y especialmente Tucumán constituyen el principal abastecedor externo de cítricos frescos de la Unión Europea. No es extraño ver, sobre todo en nuestro verano boreal, como los supermercados de Madrid y otras ciudades españolas y europeas, están repletos de cítricos argentinos con la etiqueta que determina su origen en la provincia de Tucumán. Y sin embargo, al llegar, es inevitable recordar otras imágenes, las que nos hablan de heridas que aún permanecen abiertas, de políticas de décadas pasadas que resultaron nefastas para la provincia. Es cierto, es inevitable pensar en ello, pero hay muchas otras cosas que merecen la pena ser vividas y recordadas para que nunca las olvidemos. Constituyen una experiencia única, y es ahí, donde comienza nuestro viaje, nuestra última etapa antes de llegar a Santa María.

...

Llegamos a la provincia de Tucumán al amanecer, un viaje que ha supuesto recorrer casi 1300 kilómetros desde Buenos Aires, sin embargo, todavía nos quedan cuatro horas de viaje hasta Santa María, nuestro destino. Santa María se encuentra en la provincia de Catamarca. Una última etapa que resultará algo lenta. Ambas ciudades están apenas separadas por 180 kilómetros, sin embargo viajar por carreteras de montaña, cruzar la impresionante Selva Tucumana y alcanzar los Valles Calchaquíes hará que resulte necesario realizar una larga jornada para tan poca distancia.

En la Selva Tucumana también denominada Selva del Aconquija se encuentran las principales elevaciones de la provincia, como son el Nevado del Candado, de 5.450 metros y el Cerro del Bolsón, de 5.550 metros de altura.

Iniciamos el viaje a las diez de la mañana desde la estación de autobuses de San Miguel de Tucumán. Cansados entramos en el autobús, a poco de iniciar la marcha y tras dejar la capital de la provincia empezamos a cabecear en los asientos. El sueño nos puede. Aunque estamos medio adormilados, es inevitable reconocer a través de los cristales los "trencitos" de cañeros que durante el invierno, la época de la zafra, viajan por los caminos repletos de caña que llevan hacia los ingenios. La pendiente se empieza a notar, el autobús empieza a trepar, las curvas y contra curvas definitivamente nos despiertan en medio de un paisaje espectacular. La carretera serpentea la loma de la montaña, la vegetación se torna más densa y está compuesta por variadas especies de hierbas y arbustos. La imagen es impresionante. En ese instante entendemos porqué otros compañeros de ruta nos aconsejaron hacer ese viaje durante el día. En la Selva la humedad se hace presente. El frío de la noche genera al amanecer una densa niebla que produce un efecto fantasmal a los robles, nogales, cedros, virarós y demás especies vegetales de la yunga. De todas ellas cuelgan musgos o barbas del monte generando figuras fantásticas e irreales. Imposible dormirse, el viaje resulta largo, fatigoso, estamos cansados, pero la Selva ha conseguido captar toda nuestra atención.

Seguimos ascendiendo hasta que finalmente llegamos a El Mollar y Tafí del Valle. A partir de aquí el paisaje, sobre todo en invierno, cambia radicalmente, la vegetación se vuelve rala, el terreno árido, seco y sólo encontramos gramíneas y pastos duros. El Mollar es un pueblo a orillas del dique la Angostura. El lago se suele poblar de botes de pescadores y a veces, los bancos de niebla recorren su extensión como si fuera una película de Herzog. Llegamos a Tafí del Valle que al igual que el Mollar, se encuentra enclavado entre las montañas. En Tafí realizamos un descanso, ya hemos recorrido la mitad de nuestro viaje desde San Miguel de Tucumán.

El nombre de Tafí deriva del vocablo diaguita Taktillakta (“Pueblo de entrada Espléndida”). Por la dureza del paisaje y la accesibilidad a los valles, hasta 1943, (año en el que se construyó el camino que serpentea la ladera de la montaña) el acceso sólo podía realizarse a lomo de mula.

Tras dejar el Valle de Tafí, nos dirigimos hacia el noroeste donde se encuentra el Abra del Infiernillo a 2960 metros sobre el nivel del mar. En la parte más alta del abra, que significa una abertura entre los cerros, el camino pasa por el lugar donde se amontonan las nubes que pugnan, al igual que el autobús en el que viajamos, por vencer la altura e inundar el valle.

Finalmente llegamos a los Valles Calchaquíes. Hemos superado el Abra del Infiernillo y nos adentramos a paso lento en los nuevos valles. Estamos en el Valle de Yokavil donde se encuentra Santa María. Poco a poco vamos descendiendo y empezamos a reconocer a los nuevos habitantes del valle, los más destacados por su altura son los cardones, cactos enormes que llegan a alcanzar los cinco metros de altura y que al igual que el resto de las especies vegetales del valle están adaptados a las condiciones de un entorno seco y ventoso. Intentamos recuperarnos del mal de altura, lentamente empieza a hacer efecto en nosotros, necesitaremos unos días para aclimatarnos. El autobús deja tras de sí, Amaicha del Valle, apenas quedan unos minutos para llegar. Enfilamos directos a Santa María, nuestro destino, la llegada viene cargada de expectativas, de ilusiones. Es tiempo de encuentros, de acompañar, de ver y escuchar..., es hora, nunca mejor dicho de dar protagonismo al tiempo que con el paso de los días nos irá ubicando, nos irá aclimatando no sólo física sino mentalmente, sus consejos resultarán muy importantes, primera lección, los días transcurren lentos, el mate compartido no conoce horarios..y es allí donde nos esperan los niños del Cerrito y de la Escuelita, las mujeres de la Cooperativa Tinku Kamayu, los cerros,...

Estas son nuestras paradojas. 11.000 kilómetros desde España. A 1400 kilómetros de Buenos Aires. Viajamos a Santa María, para estar, para encontrarnos, volver un año más para determinar qué resulta importante en cada uno de nosotros, qué es vital. En aquella inmensidad, en aquellos valles, en el silencio compartido con el viento, sentados en algún cerro, parados en algún collado, nos preguntamos ¿porqué estoy aquí? ¿Por qué era necesario tan largo viaje para llegar hasta aquí?...

...aquí empieza nuestro particular contrasentido, una de tantas paradojas que para nosotros están llenas de toda lógica.
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Los Valles Calchaquíes tienen una extensión de 5740 kms, comprenden tres provincias del norte de Argentina: Catamarca, Tucumán y Salta. Santa María, a 1950 metros de altura sobre el nivel de mar, se encuentra en la Precordillera de los Andes, al nordeste de la provincia de Catamarca, en el denominado Valle de Yokavil, en el corazón de los Valles Calchaquíes. El departamento de Santa María está formado por pequeñas poblaciones, en su mayoría rurales, que gravitan alrededor de la municipalidad de Santa María. En el Valle de Yokavil, cuyo nombre viene de los indios yokaviles, se pueden encontrar numerosos vestigios culturales como las ruinas de Fuerte Quemado o Cerro Pintado, testimonios todas ellas del enorme valor de este valle como cuna y asentamiento de comunidades aborígenes en tiempos prehispánicos.


Francisco Lorca Ruiz

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