
Las cosas no son como son, son como somos. Como las vemos y como las vivimos. Siendo como somos y viendo como vemos, pocos de nosotros imaginábamos un arranque de siglo XXI tan cargado de revoluciones sociales, quizás porque ninguno imaginábamos una catarsis económica de la magnitud de la sobrevenida.
No es exacto decir que el mundo ha cambiado. Lo correcto es entender que el mundo está cambiando, que permanece en un cambio continuo, quizás en el más frenético de toda la historia y seguro que en el más expuesto, y a la vista, que los del resto de la historia.
Vivir en lo inmediato y acceder impasibles a la ilimitada universalización del conocimiento humano, son probablemente los dos signos evidentes y más representativos del cambio de mundo, y quizás de época. Dentro de no demasiado tiempo los niños estudiarán los puntos de inflexión de la historia y recordarán la caída del imperio romano, el descubrimiento de América, la revolución francesa y seguro, seguro, la llegada de Internet a nuestras vidas de cada día.
Las cosas no son como son, son como somos. Las revoluciones no son como éramos antes, son como somos ahora. No me pregunto por las causas que han desmaquillado la verdad del Islam entendido como política porque con más o menos acierto todos las intuimos. No me llama la atención nada de lo que representa el movimiento 15M, quizás me extraña lo que ha tardado en llegar el relativo estallido social que representa y que sociólogos y entendidos esperaban hace tiempo.
Sin embargo algo desentona, algo es nuevo, algo llama nuestra atención hacia un aspecto hasta ahora bien presente en nuestras “expectativas revolucionarias”. Falta algo. Un algo que aparece entre interrogantes en los diarios, en las noticias, en las tertulias de pincho de tortilla y caña del medio día. Un algo que genera mucha especulación y mucha más erudición y, por supuesto, algún “hazme caso que yo entiendo de esto”.
¿Quién se está moviendo?, ¿Quién ha iniciado cada movimiento?, ¿de quién son las ideas que inspiran las revueltas? ¿Quién levanta una bandera, nos dice unas palabras o declara la guerra al mismo Gadafi?
De un ser humano nace una idea y de ella un proyecto que compartido se comporta como un movimiento. No hay origen, no hay una ideología, no hay un líder. No tenemos nada de lo necesario para armar una revolución y sin embargo se vienen sucediendo en los últimos meses.
Ahora sí. Ahora se mueren las ideologías. Internet les ha puesto fecha de caducidad. Nuestras nuevas revoluciones ya no descansan en ellas porque ahora es tiempo de los ideales y éstos han dejado de necesitar de aquéllas. La Justicia, la Paz y la Libertad corren por la red sin necesidad de interpretación de ideólogos. Todos sabemos lo que son y muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo y nuestro mundo, saben muy bien lo que cuestan.
El Ideal se convierte en el motor de la revolución y la red en el campo de batalla. ¿Y nosotros? Nosotros tenemos la posibilidad de estar antes, durante y después de cada paso. Los ideales viven en las personas, nacen en ellas y ellas los mantienen.
La solidaridad no es una ideología, es la defensa práctica de la igualdad y de la justicia, que son ideales puros. ¿Y Achalay? Achalay es una gran pasión al servicio de un gran ideal. Así, resulta que juntos tenemos lo que necesitamos para “nuestra revolución”, para cambiar el mundo o al menos un poco del mundo, esa parte que tenemos más cerca.
Por fin podemos hablar un poco menos de ideología y un poco más de Esperanza.
Ramón Pinna
Asociación Achalay España
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