Me animo a escribir este editorial, transcurridos ya unos meses desde que pensé en hacerlo por vez primera. Por ganas, por intención y por criterio lo habría hecho antes, pero sabía que necesitaba el reposo que da luz a las teclas y mesura a los juicios. La visita a España de Benedicto XVI fue capaz de llevar mi perplejidad a territorios antes no explorados. Hablamos, a juicio de algunos, de muchos añadiría yo, de un anciano (hecho que puede ser objetivo por estadística social) que ejerce de Papa a la antigua, juicio siempre subjetivo y de connotación altamente peyorativa.
Convengamos en cualquier caso, y por no discutir, que se trata de un octogenario. Puestos a convenir, convengamos que todos los seres humanos, por lo especiales y únicos que somos, poseemos extraños dones y virtudes que nos permiten hacer cosas que tan solo nosotros somos capaces de hacer en este mundo. ¿Quién no tiene un primo que mueve una oreja dejando quieta la otra? ¿Quién no resulta único al dormir con tapones, antifaces y a 18 grados de temperatura? Todos tenemos esas raras habilidades tan personalísimas, ¿verdad?
Y como ser humano único y especial, el caso de Benedicto XVI llama bastante la atención y requiere de un análisis, quizás, más detallado. A sus ochenta y pico años se trata del único ser vivo sobre la tierra capaz de convocar a millones de personas de todos los rincones de la humanidad. No hay político, líder, cantante, mago, ni celebrity en el mundo con la mitad de la mitad del tirón de este alemán al que muchos analistas tildan de “soso, frío o poco expresivo”
De mi cosecha añado, que mucho más mérito tiene si consideramos que el llamamiento no se lo hace a cualquiera. Elige a un sector social que a juicio de esos mismos entendidos está “en crisis, vive sin valores, no cree en nada, o al que nada le importa”. Elige a la Juventud.
Sin entrar en una subasta de cifras, cualquiera que haya estado en Madrid en Agosto, durante los días de la visita del Papa, más allá de simpatías o antipatías, puede a ser testigo objetivo de la llegada de cientos de miles de jóvenes y con ellos de la transformación de una ciudad. Y sin necesidad de haber estado en Madrid, gracias a la televisión, todos hemos sido testigos pasivos de la explosión de imagen, fiesta, colorido y lucidez que la ciudad de Madrid ha ofrecido al mundo entero. La marca “Madrid” ha llegado a todos los países en mayúsculas, abriendo los telediarios.
Más allá de que uno sea creyente o no, la realidad es tozuda y ha caminado por las calles y con nosotros esos días. Lo ha hecho bajo el seudónimo de la alegría, la serenidad, la profundidad y la intensidad vital de cientos de miles de chiquillos, de entre 12 y 20 años en su mayoría, orgullosos de su nacionalidad, respetuosos con la tierra que les acoge y felices por recibir a su Papa. Un Papa exigente y certero que en el mundo roto que nos rodea les ha dejado mostrado un camino y un compromiso igual de exigente que de humano. Les ha dicho algo así como que vosotros, que tenéis una especial sensibilidad hacia los que sufren, sois los primeros que tenéis que ir en su ayuda…
¿Resulta necesario amplificar estas ideas como trato de hacer? Es cierto, para decir esto, nunca habría utilizado un editorial. Lo que cuento es algo sabido, probablemente por todos, que sé que ha sucedido tal cual porque yo lo he visto y lo he vivido. Por eso no introduzco reflexión, ni matiz.
Durante esos días, y al mismo tiempo, en foros, en medios de comunicación, en tertulias de barra y de café, se empiezan a hacer relativamente populares un par de reflexiones … “¿Y estos chicos no estarían mejor ayudando en el cuerno de África?”, Y lo que cuesta todo esto … ¿No sería mejor mandarlo al cuerno de África?”
Y aquí, y ahora va a empezar el editorial, pero ya el de noviembre.
Ramón Pinna
Presidente Achalay España
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