Atrás quedaron los escombros:
humeantes pedazos de tu casa,
veranos incendiados, sangre seca sobre la que
se ceba –último buitre-
el viento.
Tú emprendes viaje hacia adelante,
hacia el tiempo llamado porvenir.
Porque ninguna tierra posees, porque
ninguna patria es ni será jamás la tuya, por que en ningún país puede arraigar
tu corazón deshabitado.
Nunca -y es tan sencillo- podrás abrir una
cancela y decir, nada más: “buen día, madre”.
Aunque efectivamente el día
sea bueno, haya trigo en las eras y los árboles extiendan hacia ti sus fatigadas
ramas, ofreciéndote frutos, sombra para que descanses.
Ángel Gonzalez. "El
Derrotado"
Como tantas injusticias que suceden en este mundo, muchas de ellas las recibía sentado en el sillón de mi casa. Un día más, a una hora cualquiera. Noticias que provenían de un lugar diferente cada vez o de los mismos de siempre.
En las imágenes, en los reportajes, en las declaraciones y en las protestas se reconocían a los mismos de siempre, aquí, allá, pero siempre los mas indefensos, los que siempre resultan mas golpeados y mas injustamente tratados. Los mismos que un día deciden ponerle el pecho a la vida y pelear por una dignidad robada hace ya demasiado tiempo. Sometidos en un mundo que no suele marcar y determinar reglas contando con ellos.
En aquel tiempo soñar con la posibilidad de viajar a la Argentina resultaba difícil. A finales de 2001 y durante el 2002 aquel país vivió el resultado de una de las crisis más agudas de toda su historia.
En Diciembre de 2001, intentar abarcar mínimamente la realidad de un país a través de las imágenes y los titulares de prensa que me llegaban, resultaba casi imposible. Las imágenes no generaban en mí la capacidad de hacerme preguntas tal como me las estoy haciendo ahora, las imágenes simplemente cuestionaban a mi conciencia.
...
El 18 de Diciembre de 2001 estallaba una revuelta popular en protesta contra una serie de medidas de restricción bancaria, que los argentinos interpretaron como un preámbulo a la confiscación de sus depósitos, para financiar así los gastos de un Estado cuyas arcas estaban vacías, el denominado corralito financiero De un día para otro muchos perdieron los ahorros que tenían en los bancos. De un día para otro se limitaban las esperanzas y los proyectos de toda una vida a muchos argentinos y argentinas.
A España llegaban imágenes de ciudadanos desesperados y hambrientos, imágenes de manifestaciones, de saqueos a supermercados en busca de alimentos.
Aquel invierno en Madrid, presenciaba atónito delante del televisor las escenas que llegaban desde Plaza de Mayo, imágenes de una sociedad angustiada. Se veían grupos de chicos jóvenes, con la cara tapada, mujeres con hijos, familias, empleados de traje y corbata, desocupados y militantes políticos, y enfrente, la policía federal respondía a estas manifestaciones populares con una violencia inusitada. Para dispersar a las columnas de gente que intentaban acceder desde las calles colindantes a la Plaza no solo se usaban gases lacrimógenos y proyectiles de goma.
En el especial de aquel fin de semana que la cadena nacional española emitía por televisión, a mi memoria vienen imágenes de una ciudad encendida, las calles de Buenos Aires bloqueadas, iluminadas por las hogueras. Escenas duras, como las de aquel hombre que apenas podía mantenerse en pie y bajar las escalinatas del Congreso, a sus espaldas se oían los balazos, finalmente se desplomaba en el suelo, estaba malherido.
Recuerdo los gritos: ¡el pueblo unido jamás será vencido!, “Por ellos estoy acá. Porque pasan hambre, y no es justo” o los manifestantes cantando cuando llegaron las Madres: “Madres de la Plaza, el pueblo las abraza”. Me impresionó aquel grupo de reporteros gráficos que tuvieron su propio enfrentamiento con la Policía Federal, que cada vez que pudo pegarles lo hizo con rabia. No en vano, según me contaron un tiempo después, el grupo de fotógrafos el día anterior había evitado que avanzara una tanqueta contra un centenar de manifestantes acorralados. Se habían quedado inmóviles con sus brazos en cruz, dejando colgar las máquinas en los torsos.
Aquel estallido social produjo más de 30 muertos y más de 400 heridos en todo el país. Aquellos días de diciembre, en pleno verano austral, resultaron ser unos días demasiados calientes, demasiados tristes para la conciencia personal y colectiva.
Los argentinos no sintieron que los atacaban en su forma individual o particular, se sentía la violencia hacia la sociedad en general. Era la primera vez desde hacía mucho tiempo que la clase obrera y la clase media argentinas azuzadas por la miseria y el corralito se unían en la calle. Una respuesta social a la falta de palabras creíbles, a la indignación por la clase política, por la corrupción y la ausencia de soluciones gubernamentales.
Las miles de personas que aquellos días lucharon por entrar en la Plaza de Mayo necesitaban encontrar una forma expresar ante la Casa Rosada la rabia contenida, la impotencia ante la situación que se estaba viviendo, “basta, que se vayan todos”, esa fue la consigna.
Me pregunto si todos aquellos que golpeaban cacerolas, que se manifestaban uno junto a otro ¿lo hacían por los mismos motivos?. Cierto que había una necesidad, la de expresar un descontento general, pero ¿se compartían los mismos ideales? ¿reaccionó la clase media cuando les tocaron el bolsillo y es entonces cuando se unieron a la clases menos pudientes?, hasta entonces ¿era la clase obrera, los movimientos piqueteros un grupo reducido, violento, molesto? ¿una forma de radicalización que la sociedad no compartía, no aprobaba? ¿qué ocurría en el resto del país? ¿qué ocurría en las provincias del interior?, seguramente la crisis se notó antes, pero la gente del interior protestaba de otra manera, en lugar de golpear cacerolas se quemaban neumáticos.
En el interior, en provincias como Catamarca, Tucumán, Salta, Jujuy se sintieron los efectos de la crisis económica mucho antes que en Buenos Aires. El hartazgo político popularmente no se manifestó de forma tan clara como en Buenos Aires. En determinadas provincias el silencio de la población significaba miedo, porque la mayoría de la población dependía económicamente del Gobierno Provincial, el primer empleador. Los puestos públicos eran prácticamente un tercio del trabajo que había. Los gobiernos provinciales apenas dejaban espacio para manifestarse.
Obviamente, estaba muy lejos de hacerme estas preguntas aquel fin de semana del invierno de 2001. Sin embargo empecé a creer, o al menos a intuir, lo que un tiempo después dijo el escritor Ivan Puig, los niños desnudos de la provincia de Tucumán llevaban dos décadas muriendo a diez kilómetros de Buenos Aires, y con el paso del tiempo cada vez vivían más y más olvidados. La cruenta realidad mandaba, con ellos no se ganaban elecciones. En la práctica, para los que gobernaban o pretendían hacerlo, los marginados de la periferia no valían para nada.
Francisco Lorca Ruiz
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